Tenía mis dedos enmudecidos, silentes, desgastados. El cielo estaba repleto de orificios. Aquel aguacero lo había descosido de punta a punta y así estaban ellos. Buscaba la forma de hacerlos hablar, de sentir, pero solo sabían estarse quietos, des-coordinados. Protestando en contra de mí misma y de los sentimentalismos que de vez en cuando sucumbían mis pensamientos, haciéndome trajinar en suposiciones y extravíos.
Las agujas del tiempo se habían descolgado y el reloj siempre daba la misma hora, el mismo día. Allá afuera era otra semana, otro mes. Era distinto y yo en cambio no lo era. Pero muy en el fondo sabía que él y yo eramos tan desiguales y eso era lo que había pasado. Nos deshojamos inevitablemente, nos secamos, nos descosimos y se enmudecieron mis dedos, mis labios.
Ojalá y hubiera sido como aquella última hoja verde que cae en otoño y aún no se ha envejecido. Ojalá y ese cielo no se hubiera reventado en lágrimas. Ojalá y nos hubiéramos quedado en la primera, en la segunda y en la tercera vez. Ojalá hubieras atravesado sin timidez mis entrañas y hubieras negado todas tus verdades.
Ojalá y no hubieras sido solo un deseo cumplido y estos diez años no me calaran en el alma cada vez que mis dedos han decidido escribirte.
*Imagen tomada de http://media-cache-ec0.pinimg.com/236x/d3/a5/8c/d3a58c24c567b9a446fc0cfbcc484855.jpg
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