29 abril 2015

Vaciando maletas

Finalmente desempaqué todas las maletas. Las que traía a cuestas a causa de este cariño de tiempo inconfesable.

Te miré desde la distancia, ya no como se quiere y se extraña a la vez. No. Esta vez, desde mis propias lógicas y razonamientos.

El velo transparente de la verdad se rasgó y con un suspiro se deshizo inevitablemente lo que callaba conscientemente, pero me gritaba en silencio a mí misma: tú no eres, ni tampoco lo serás. Ese, el hombre de mi vida. No eras el para siempre, ni el ojalá cumplido. No.

Imagen tomada de Pinterest
Leí entre líneas que mis tristezas solo se aferraron a la idea, al ilusorio fantasmagórico de un “nosotros” idealizado. Porque no eras.

Te tracé casi tan perfectamente, que me olvidé de ti. De tus silencios lejanos, de tus letargos. Te amé, pero no eras tú, eran otros ojos, otro brillo, otras palabras, otra voz. No eras tú. Era yo, inventándote, recreándote como un viejo sueño, eterno, que no moría. Que era para toda la vida una triste y olvidada fantasía de mis amores.

Por eso, entonces te desempaqué como una maleta, como aquel equipaje lastrado y apolillado por el tiempo, para sacarte y tirar las nostalgias, los recuerdos, los espejísmos. Para quemar las fechas y el ayer, para vaciarte… para vaciarme de ti.

27 abril 2015

Una felicidad triste

Irresuelta y sin absolutos. A excepción de la muerte, esa que es verdad y destino certero. Me revelé contra todo pronóstico. Decidida, egoísta y apasionada, como siempre, como nunca.

Tenía los pies embarrados de nostalgias por intentar caminar de vuelta al pasado. Las manos frías y heladas por abrigarme en un futuro inestable e incierto. Y el corazón contrito, remendado con la tierra infértil del presente.

Tenía toda la culpa, por inventarme una historia imposible, por aferrarme a la utopía de unos ojos grises y hacer eterna una felicidad a medias, inacabada y triste. Sí, una felicidad triste. Hasta en eso resultaba siendo ambivalente y caóticamente existencial. Con el drama del desamor cosido al alma, como quien colecciona corazones rotos y acaba desgarrándose desde adentro, para siempre y luego queriendo resucitarse a sí misma.

Yo no tenía ni idea de lo que hacía o hacia dónde debía ir. Sin embargo, dejaba que el peso de mis incontables frustraciones acabara muriéndose mientras escupía mis pensamientos en prosa libre, e inentendible para los otros.

La carga de mis propias cruces debía llevarla yo y nadie más, entonces, al escribir de manera incorregible y sin puntos finales, siempre en suspensivos, dejaba que mis historias del tiempo, de la vida, de mis años terminaran en una especie de coleccionario, que de vez en cuando me recordaban cuán irresuelta estaba mi vida.

Irresuelta según los dogmas y estereotipos sociales, que inevitablemente me acuchillaban la conciencia en forma de reproches de terceros. Irresuelta por ignorar todas las señales y encapricharme casi demencialmente con el mismo patrón de hombres. Irresuelta por mandar todo al carajo cuando todo parecía perfecto y dar cincuenta pasos hacia atrás, volviendo a casa y ensimismarse en mis propios males y frustraciones de veinteañera.

Tenía 27 cuando descubrí que lo único que me quedaba por hacer era escribir… escribirme. 

20 febrero 2015

No te perdono

Es un desastre, lo sé. Es una batalla perdida. Eso lo sé de sobra. Pero una vez más busqué el atajo para ganarte la partida. El juego me dejó endeudada, contigo. Fue un día, uno solo. Fueron 24 horas y un café de por medio. 

Hoy en mis oídos retumba esa vieja melodía, entonces se me encadena el alma a los recuerdos. La rosa que se me deshizo en el pelo. El libro con una dedicatoria idílica. Los fuegos artificiales que me explotaban en los ojos, en el corazón, en el alma. Y enero... eras tú.

Era yo, desnudándote, descosiéndote, incitándote a que fueras huracán en un verano que solo ardía en nuestros cuerpos. Era yo, enamorándome de ti y perdiéndolo todo al instante, porque salté y caí en un precipicio por culpa de tu huida y mi pasaporte vencido. 

Es un desastre, lo sé. Porque lo peor de no jurarnos una historia como otra más, no había sido ponerle a todos los acordes punto y final, sino borrarlos y quedarnos como siempre... inconclusos. Haciéndole mofa al maldito destino. Por eso no te perdono. 

03 febrero 2015

Vayamos a naugrafar un rato amor mío

El tiempo pasa.

El poema que no le leyó. Ya no son nada, cuando ayer aún lo eran todo.
Él suspira y ella lo recuerda. Nunca supo por qué fue. Ella no lo sabe, ni lo sabrá.

No ha de olvidarlo aún, todavía no. Se quisieron demasiado, tal vez.
Aquel sentimiento de antaño, ella se lo cosió en el alma. Como un puñado de estrellas incandescentes que queman. Como las sonrisas dormidas aún en la memoria. Como el adiós detenido en la estación del tren.  Como un recuerdo adormitado que sueña, que duerme y que es eterno. Que es para siempre.

El tiempo pasa.

Una fotografía. Sus ojos. Él sonríe y ella llora desde lejos. Una carta triste y un corazón contrito.
A él, para él, por él. Porque la dejó de querer. La olvidó y nunca supo porqué.
De pronto ella se encontró vacía, como el otoño seco. Le dijo adiós, llorando sin lágrimas, supo entonces que jamás regresarían... Sin razón, sin voluntad, sin cariño.

Fue un viaje detenido en su historia, en sus vidas, en sus almas. Naufragando entre sueños y nostalgias de otras vidas, de otros seres.

02 febrero 2015

Florece vida, florece corazón mío

Abrazar el pasado con gratitud. Hacerlo explotar. 
Pasado de duelos. Vivir el presente con pasión. 
Presente de dudas, presente de huídas. 
Amar el futuro con esperanza. Creyendo en lo que no se ve, 
en lo que no se espera. Sobran las certezas, faltan todas las mitades. 

Abrazar la efervescencia marcada por la ventura de los años. 
Vivir sin atesorar eternindades ni anhelos místicos. 
Amar el hechizo de un sacrilegio de amor. 

Pasado, presente, futuro. Deshacerlos en etiquetas, 
en remembranzas, en utopías. 
Sin pactos ni promesas, sin acuarelas ni beldades postizas. 
Amarrarlos a cualquier firmamento de papel
y quemarlos en la huída del tiempo, de la vida. 

Morir con ellos, después, en silencio. 
Renacer inocentes de todo, de nada. Sin permisos ni actas juradas. 
Romper las botellas que se fueron al mar 
y enterrarlas en un cementerio donde se no lloren muertos.

Gratitud, pasión, esperanza. Enhebrarlas a las agujas del destino,
juntarlas al abrazo que se espera, a la pasión que no extingue, 
y a la vida, que con excepciones florece.


Imagen tomada de http://www.nosotras.com/wp-content/uploads/2011/02/svsxc5851.jpg