Escribí: "Hay recuerdos que nos hacen más daño que bien", pero no era porque lo estaba sintiendo ni padeciendo. Fue simple inercia: leer algo tan certero, pero que por primera vez no tenía ninguna relación conmigo, fue simplemente una frase que elegí al azar y decidí colgarla sin ningún motivo, razón o sentimiento.
Y eso es lo que me suele suceder por estos días. Pareciera que toda aquella demencia existencial que retumbaba insistentemente en lo más profundo de mi arrugado corazón se ha desvanecido, ya no está. Me levanté y ya se había ido. Así no más. Dejé de cuestionarme a mí misma, de reclamarme, de buscar caminos sin salida y pasó de todo. Eso fue lo más emocionante, que después de insistir por más de 365 días y 100 amaneceres, aquel pedacito que aún resistía a romperse, se desbarató. Y aquí estoy, dejando que todo fluya, sin golpes en el corazón, porque aprendí a remendarlo sin las manos de otros... Aquí estoy, dejando que la música, las palabras y este presente sigan avanzando sin premeditaciones.
Estaba exhausta. Aquellas divagaciones que venían en forma de papel las tiré, las puse en la cesta con la clara intención de que se extravíen entre las enormes calles de esta ciudad, para que el "para siempre" deje de ser una mera utopía y sea mi definitivo.
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