02 junio 2014

¿Dónde están las lunas que me debías?

Pues nada, es la misma historia de siempre. El que creía esta vez sería, resultó no siendo el amor de mi vida. Y por voluble, rebelde y precipitada dejé que el corazón se llenara de grietas más grandes y más profundas. 

Quizás por el día gris, por la mañana lluviosa dentro de mi alma. Tal vez por las heridas abiertas de aquel amor condenado al fracaso, tal vez por la ruptura inevitable del "para siempre". Allí estaba. Sucumbida doblemente por las mismas equivocaciones y causas perdidas que me habían desgastado en lágrimas y "¿por qués?" atragantados.  

Me encontró en medio de la oscuridad y la desesperanza, cuando los existencialismos de la juventud se acostaban y despertaban todos los días a mi lado. Me trajo la mañana de vuelta y echó polvo a la soledad en medio de las lejanías. Y sin pensarlo, sin buscarlo le tomó solo la brevedad del tiempo para que empezara a quererlo irrevocablemente. 

Confundí su declaración, con la paz interior que estaba buscando. Después de diez años, después de más de 26 soles y lunas vividas, se atrevió a confesarlo, pero ya no éramos los mismos.  Mi corazón estaba vuelto un paredón de alfileres y el suyo... en realidad no sabía de qué estaba hecho el suyo. 

Le quería y estaba dispuesta. Le sentía y quería demostrarlo, pero también la pesadez de mi alma me empujaba hacia la incertidumbre de no saber qué esperar ni qué buscar. Yo estaba esperando vivir algo extraordinario y él simplemente se había tumbado contra todos los pronósticos de resistirse a vivir cualquier tipo de emoción. Y eso, en el fondo era lo que más me dolía, caer de nuevo en una guerra perdida y con el alma mal herida. 




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