Quizás por el día gris, por la mañana lluviosa dentro de mi alma. Tal vez por las heridas abiertas de aquel amor condenado al fracaso, tal vez por la ruptura inevitable del "para siempre". Allí estaba. Sucumbida doblemente por las mismas equivocaciones y causas perdidas que me habían desgastado en lágrimas y "¿por qués?" atragantados.

Confundí su declaración, con la paz interior que estaba buscando. Después de diez años, después de más de 26 soles y lunas vividas, se atrevió a confesarlo, pero ya no éramos los mismos. Mi corazón estaba vuelto un paredón de alfileres y el suyo... en realidad no sabía de qué estaba hecho el suyo.
Le quería y estaba dispuesta. Le sentía y quería demostrarlo, pero también la pesadez de mi alma me empujaba hacia la incertidumbre de no saber qué esperar ni qué buscar. Yo estaba esperando vivir algo extraordinario y él simplemente se había tumbado contra todos los pronósticos de resistirse a vivir cualquier tipo de emoción. Y eso, en el fondo era lo que más me dolía, caer de nuevo en una guerra perdida y con el alma mal herida.
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