"¿Cuánto más debo esperar?" - piensa - Pero las dos horas de espera sin falta de revelación alguna, le van alborotando la impaciencia. Se acomoda en el asiento, mira el reloj, echa una mirada fugaz entre los árboles que tiene como retrato de carne y hueso delante de sus ojos, mueve el cuello de un lado para otro y pone los dedos sobre el teclado. Ahí enfrente de sí, se choca con aquello que desde que se levanta busca evitar.
Alimenta el espíritu de sonidos relajantes, tranquilos, placenteros, relee fragmentos de sus libros favoritos. Abre, cierra y cambia de pestaña, pero la terrible hoja en blanco sigue en blanco.
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