Volver a teclear, a cerrar y a minimizar.
Es un estado inherente que me congela los sentidos, que me deja tirada en aquel viejo sofá con ganas de no volver a realidad. De seguir hipnotizada por las vagancias exageradas de una presión existencial que cada vez duele menos.
Ellas hacen el mismo papel de toda su vida, consumidas por su propia realidad, atrapadas en espejismos que solo ellas conocen y el resto del mundo ignora. Mientras tanto, yo sigo acomodada en el sofá verde, intentando equilibrar los razonamientos y buscando aquellas palabras extraviadas del pasado.
Ese viernes, esa noche fue un simple accidente, una casualidad, que ni siquiera el destino tuvo partida. Y sin embargo, me tiene aquí tecleando fatalismos existenciales, frases perdidas y ajenas para los desconocidos, pero tan directas hacia mí.
Retomar, recapitular, a veces me pregunto si esas absurdas nostalgias tienen algún significado. Él simplemente, me mira a los ojos, busca mis afectos en ellos y deja que sus más románticas intenciones nos acompañen por el resto de la tarde lluviosa.
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