Confieso que no soy una periodista empedernida, mi frustración más grande han sido las letras, no esas que vienen y van en los periódicos, esas que se quedan en el alma de los lectores que prefieren más de treintas páginas y cien hojas acompañadas de tazas de café y chocolate caliente. Mi invención favorita es creerme una escritora sensible y sentimental, casada por conveniencia con una carrera de azar y que después de tres años fue tan solo el trampolín para entender que las pasiones humanas, los ideales personales y los romanticismos de tiempos presentes y pasados quedan encarcelados en un título marginado y algunas veces mutilado por los poderes del estado.
Ser periodista implica callar verdades, contar mentiras, alianzas maquiavélicas con dueños del poder. Ser periodista debería de ser como dijo Amy Goodman, ir a donde está el silencio. Pero hoy las tragedias humanas han sido cazadas por el amarillismo y sensacionalismo de los medios de comunicación, aquellos periodistas apasionados y empedernidos han quedado registrados en la memoria como los dinosaurios y los maestros de un oficio que día tras día se transforma en algo impredecible. Para mí: Jon Lee Anderson, Ryszard Kapuściński, Gay Talese representan el valor real y tenaz de un gran periodista, de esos que escasean y están en vía de extinción.
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Nos vamos detrás de las letras y pensamientos. |
Siendo clara en ello, a cambio doy mi sello por la literatura enredada con el periodismo, supongo que de esa manera he encontrado mi lugar exacto y jodidamente perfecto en este minúsculo universo de las letras.
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