De fondo resuena la italia de Ennio Morricone: sutil, melódica, pasional y única. Recordar lo que nunca viví, la Italia de la posguerra, el encanto de un amor sublime por aquella cosa intangible capaz de remover despedidas del ayer y sentimientos de vidas pasadas: el séptimo arte. Y mi favorito, Cinema Paradiso.
La majestuosidad y elegancia de una melodía armónica que se une con las imágenes sensibles de una vida infantil, adolescente y adulta. La ternura de hallar en los secretos de aquellos besos el mejor descubrimiento de las líneas y diálogos de sus personajes, amores de siempre y partidas inevitables. Tararear una música sin letras, que es desnudada por instrumentos románticos y afinados, mover de un lado a otro la cabeza, y siguiendo los segundos cerrar a tiempo los ojos, sonreír un tanto y recordar mayo, lluvia, calles, nombres, besos, caricias, palabras, abrazos, amanecer, mochilas, guitarra, promesas y un corazón.
Cuatro minutos y treinta segundos para ir detrás del pasado y develar aquellos sentimientos del azar, del destino y de la vida. Caminar otra vez por las mismas carreteras, escuchar las mismas voces y sentir el mismo calor en el frío del invierno.
El detalle de vivir a destiempo no en una Italia de posguerra, que fue recreada melódicamente por el sentimentalismo de Ennio Morricone, sino la nostalgia de acariciar las sombras de un 'nosotros' en la ciudad que nos enamoró y nos cruzó en tantas lluvias y soles de amanecer.
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