No son distancias, ni kilómetros, ni millas, es simplemente más allá. Mientras corren y vienen como liebres en campos desnudos, el tiempo no da señales de ningún avistamiento. Algunas cartas escritas para el mismo destinatario, las calles congeladas por el invierno que aun no termina y una vista innegable de un paisaje distante y alejado, allí, las luces de la ciudad parecen extensiones del árbol navideño.
Aquí muere el silencio sepulcral |
El calor ausente de palabras buenas y tiernas. Es simplemente una colección de nostalgias que cada noche se han escondido debajo de las sábanas. Tantos desconocidos en el mismo lugar, sensaciones inevitables que dejan incertidumbres y un agosto parecido a abril.
Ese más allá, no se parece a la línea del horizonte entre el mar y el resto del océano donde pareciera que se juntara con el universo. Ese día no llovió, solo el calor intenso, el sol animal, la algarabía de extranjeros y pueblerinos, el eco de una rebelión que no se escuchaba a revolución, sino más bien a despedida. Desde aquí, en el frío ajeno de árboles inmovilizados, de brisas esporádicas y estrellas escondidas los pensamientos eran distintos.
Allá, la historia avanzaba entre el llanto, la agonía, el dolor y la tristeza, sentimientos conjugados en una plaza, en una calle, bajo el mismo cielo y con esa luna sin sabor a romanticismo. Aquí, el tiempo y la vida no se detuvieron, siguieron su curso, las cartas tuvieron el mismo destinatario y la espesa neblina ocultó la vista de la ciudad.
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