"Deja que se vaya el camino", pensé, mientras el efecto tricolor desaparecía. Las copas vacías, las cajas de cigarrillos igual y un desorden untado de alcohol y sexo. El poco espacio del apartamento estaba atorado de basura plástica y ropas arañadas.
El cuerpo no me daba para más, quizás 24 horas encerrada en una habitación, intercalando el deseo carnal y pasional con una borrachera de quinto piso y lunes festivo. Empezamos con música de los 80 y terminamos con los poemas de Benedetti, éramos cuatro, al despertar solo él, un lugar desmadrado y yo. La noche nos embriagó con su romanticismo, hizo eco con las dedicatorias al oído, las sonrisas cómplices y el exceso de pasiones viscerales.
Después de intentar reponer los pensamientos, el sonido del despertador me desacomodó de las sábanas. Era 1 de agosto.
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