Mientras alguien cruza la calle y llega a su lugar destino y el resto del mundo sigue ocupado en sus días de trabajo y decepciones, yo me encuentro sentada en el inodoro de mi baño, esperando que el sueño se espante con el agua fría que sale de la regadera. Es un día de entrevistas, de salirme de la rutina y ver hacia dónde es que me lleva la vida.
Ha pasado un mes y tantos días, también he perdido las ganas, las esperanzas y creo que hasta este punto los sueños se han ido escapando del equipaje. Aunque miro al espejo para intentar de hallarme entre el brillo opaco de mis ojos, tengo la certeza de que algo en mí se descosió tiempo atrás, mientras tanto seguiré la corriente como la gente normal. Hoy me comportaré como alguien equilibrado y común.
El viaje terminó en un paraíso de calma, en medio de una naturaleza embellecida por el recuadro perfecto del cielo azul, despejado de nubes grises; entonces me doy cuenta que no existen contemplaciones, que soy un minúsculo grano de arena en el universo.
Los pensamientos, los de siempre y los que vienen como nuevos inquilinos me sumergen de nuevo en la crisis existencial de no hallarme, de esconderme detrás de las palabras que invento y que luego borro de mi memoria: soy un simple ser humano de carne y hueso que huye y sigue huyendo.
He leído tantas cosas, he escuchado tantas letras y tantos autores me han erizado el alma que he querido ser todos ellos en algún momento. Pero soy la copia incompleta de un escritor olvidado y de un músico vagabundo perdido en las calles alérgicas de la sociedad. A veces dependo de mis emociones ligeras y otras de los fantasmas que me devuelven los miedos, se desbordan las tristezas en llantos atorados del corazón y cada tanto fallecen las promesas y las ilusiones.
Este lugar me recuerda a la casa de mis sueños, una casa en el aire, un escape del tiempo, un reposo para olvidar y despedir.
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