Después de aquella conversación con Manuel, Alejandra volvió a sus recuerdos, lloró en silencio y escribió:
De vez en cuando, de vez en vez. Subir a un autobús, tomar el tren o el avión. No siempre se gana y lo peor, la mayor parte del tiempo se aprende sufriendo. Con unas lágrimas azules y un corazón arrugado, con el alma pendiente en el vacío y las despedidas rompiéndolo todo.
Se pudieran decir tantas cosas y olvidarlas para siempre, dejar una banca vacía y el muro de la esquina sin alguna compañía. Y con la noche tan perfecta como de costumbre se dejan las alas heridas a cielo abierto; entre tanto que despiertan las ilusiones por recomenzar, una parte de la vida se esfuma, se desgasta, se hace trizas. Y mañana nunca llegará.
Yo quería despertarme en la mañana, oler el aroma del café recién hecho, meterme entre la sábanas otra vez y enroscarme en tu cuerpo. Desayunar panquecas, fresas con crema y tostadas de azúcar. Pero la vida se fue demasiado rápido y no preguntó por mis deseos. Yo solo quería quedarme un rato del tiempo a tu lado, mirarte mientras te quedas tumbado en el sofá y adivinar lo que dice tu silencio. Y puede que parezca tonto y cursi, pero me pregunto ¿por qué? , por qué siento tanto y no me lo puedo explicar. Y te quiero, y algunas veces he llegado a odiarte, y otras he querido desaparecerme pero al regreso del otro día y escucharte olvido las razones y las lógicas humanas.
Yo solo quería quererte, pero lo único que he conseguido es caer enferma de tristeza.
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