Con el camisón azul, las medias blancas y el cabello suelto y despeinado. Otra mañana despertaba a su lado, con las sábanas regadas en la alfombra, la ropa colgada en el sofá y las almohadas a un costado de los dos. Eran las 6:30 de la mañana y no habían rastros de que el miércoles 26 de junio fuera un día soleado.

_"Verlo todos los días acostado a mi lado, acostumbrada a su sonrisa y a los te quiero que me dice antes de entrar a la ducha... a veces siento que es poco para lo que necesito". Me dijo Magdalena. Esa mañana vio entre los dos, que 12 meses más no alcanzarían para darle forma y sentido a un compromiso que se quedó en la rutina y la costumbre.
_"Supongo que las cosas no son eternas, los sentimientos cambian con el paso de la vida y unas palabras bonitas a veces no son suficientes para quedarte con alguien para siempre". Tomó la taza de café intentando disimular que todo estaría bien.
_"No creo que sea eso lo que sientas", - le dije - "Dime la verdad, ¿hay alguien más?
_"No. Esta mañana esperaba que me sorprendiera con el desayuno servido como las primeras veces, o que mientras me duchaba me tomara por la espalda y me robara todos los besos ausentes de la semana. Al contrario de eso, seguía durmiendo e hizo lo mismo de todos los días. Se levantó del comedor, tomó su saco y me dio el mismo beso tonto de 'buenos días' en la frente.
Es la misma historia de mamá y papá. Por Dios, solo tengo 26 años y siento que me estoy volviendo vieja y que la pasión está tan estancada que no me provoca amar ni dejarme amar".
_"El problema lo podrías haber resulto desde la primera vez que sentiste que lo común y corriente se estaba tragando sin respirar tu relación. En cambio, preferiste ignorar el abismo que ya los había separado. ¿Ves? cada quien escoge su camino a la perdición o a la felicidad".
A las 4 de la tarde, Magdalena tomó su ropa la guardó en tres maletas y se fue hasta la terminal. No dejó ni una nota, ni un mensaje telefónico, solo los cajones vacíos y la cama sin ella.
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