26 mayo 2010

Gotas de lluvia



Se enruchó en el sofá, recostó su cabeza sobre el cojín y volvió a Truman Capote. Estaba terminando "A sangre fría", eran las diez de la noche y sábado 15 de Mayo. No estaba esperándolo, sabía que no llamaría ni tampoco iría hasta su casa. Estaba otra vez sola, con el nudo en la garganta y ganas de sollozar, pero prefirió llevar la imaginación a otro grado de frustración, que aguardar por un imposible deseo. 

El tiempo era un insípido tormento que se arrastraba inútilmente entre las sobras de su corazón, porque había dejado de tomarse a pecho las ausencias, los besos perdidos, las citas plantadas y el cariño casi marchitado. Pero, lo esperaba en su propia soledad, apaciguaba cada sufrimiento con ilusiones efímeras de tiempos que ya no pertenecían a su felicidad. 

No comprendía la razón absurda de su querer, la necesidad inquebrantable de su mirada. Hacer el amor ya no era cosa de sentimientos, algo estaba anclado entre ella y él, pasaron de ser enamorados a un par de conocidos con gustos similares. A Truman Capote lo dejó en la mesa, se fue hasta el balcón y se recostó sobre la hamaca, la noche estaba helada, sola y en silencio. Tenía ganas de él, de sus besos en la mejilla, de sus caricias suaves entre sus piernas, se quedó solo con recuerdos. 

A medianoche, el olor a cigarrillo  y un beso apasionado le quitaron la espera. Después, unas gotas de lluvia salpicaron su rostro y le arrebataron lo que todo era un sueño.

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