El Diablo no puede estar en todas partes, por eso hay gente como mi padre. Un día cualquiera su fantasma reapareció de la nada. En un mensaje de correo electrónico me saludaba con excesiva cordialidad.
Contaba que regresaba al país por unos días y le parecía importante que nos encontráramos. Mi madre y yo no le veíamos desde hacía veinte años. Durante ese tiempo tuvimos pocas noticias sobre el paradero y la vida de Don Andrés Villalobos Sáenz. A través de sus viejos amigos, con quienes tropezábamos en la calle ocasionalmente, nos enterábamos de que todavía seguía vivo, que andaba por allí en alguna parte.
Hablar esto con Alejandra es imposible. Se me escapa de las manos esa mujer con la que ando desde hace un tiempo. Un instante está con expresión ausente y en otro momento se vuelve ardiente y amorosa. Una raza nueva, extraña, cuyo atractivo estaba en su capacidad de sorprenderme. Es una lástima que el sexo con ella sea tan bueno. Como dicen por ahí: “No es ninguna virgen, pero también hace milagros” (...)
El cuento ‘Una vida para mi madre’, hace parte del libro ‘El amor también es una ciencia’.
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