Sabores extraños desnudos a las dos de la madrugada, canciones del recuerdo en la estación de radio y unos cigarrillos para calmar las ansiedades.
Me gustan los besos que no puede darme frente a la gente porque los recuerdo mejor, a veces los alquilo por unas caricias prohibidas que matarían a cualquier anciano por atrevidas, pero las prefiero y no las cambio por un millón de soles.
Se parecen a las letras de Arjona, extrañas pero perfectas. Por eso, cuando te digo que te extraño es cierto, lo disimulo cuando pasas frente a mí para que no sospeches que ya me acostumbré a quererte sin decirlo siempre. Pero sin embargo, intento que las cosas más excitantes se prolonguen por algunos meses, no es sano para quien empieza a perder los sentidos y a necesitar de más besos, más caricias y más te quiero.
Resuelvo entonces los sentimientos dejándolos de sentir, evitando tocar lo inimaginable con los labios y el cuerpo; desgastando madrugadas en el balcón y evaporando con unos cigarrillos la necesidad de tenerte cerca. Sucede como en agosto, puede ser otoño en otro país pero aquí dentro sigue siendo invierno, sigo llenándome de frío y ansiedades incurables; tratando de disimular que extraño los sabores de los besos desnudos y encuentros a escondidas de la gente.
A veces de tanto escribir, como lo he hecho desde de ayer, se me olvida que lo tengo metido en la piel, en los huesos y en el alma. Y suelo ser más masoquista cuando lo miro en las fotografías de instantes pasados, cuando los aromas de la lluvia me llevan hasta enero y a las margaritas azules.
Pero es menos oscuro y doloroso cuando llegan las aventuras efímeras que me quitan el aliento y se llevan los últimos trozos de su recuerdo.
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