Me huele a lluvia cuando no sale el sol. Es la sensación de tenerlo todo bajo control y de repente descubrir, que ni siquiera esas pequeñeces han pasado desapercibidas. La cama está fría y el ambiente es como de madrugada. Tenía que ir a la calle de Las Trece, pero un sillón y una taza de chocolate fueron demasiado seductores para ignorarlos como si nada.
A las seis de la tarde sonó el timbre, era Abelardo con su traje marino oscuro y las galleticas de mariposa.
-¿Por qué no fusite? te esperé hasta las tres- me dijo, en tono de reclamo.
Como si no hubiera escuchado nada, me sacudí por el tremendo frío que congelaba mis huesos y fui al cuarto para buscar el abrigo de pana.
-Tenía sueño- le dije, sin la intención de mentirle o buscar otra escusa menos descarada, al final de cuentas no me importaba lo que pensara.
-Te extraño, hace tres semanas que no nos vemos y necesitaba verte, al menos me hubieras llamado para decirme que no ibas a ir. Acaso, ¿hemos terminado o solo podemos hablar cuando a ti te da la gana?
Otra vez, Abelardo empezaba con sus cursilerías y reclamos eternos. Con él, había intentado tener una relación menos dramática que las anteriores: más romanticismo y menos placer. Pero tarde o temprano las cosas vuelven al lugar de siempre. Me enamoré los primeros cuatro meses, luego la falta de frenesí entre los dos abrió agujeros en mi forma de quererlo: me estaba yendo de sus manos por falta de sexo.
-Hoy no estoy con ánimos para aguantarme tus idioteces, si no tienes otra cosa mejor que hacer, ahí está la puerta esperándote.
Lo poco que guardaba en el corazón se había colado con el frío de enero y las lluvias invisibles que no llegaban. Todo estaba roto entre los dos y no había forma de repararlo, al menos de mi parte. Pero inexplicablemente el hecho de estar en abstinencia fue el detonante de una explosión subliminal.
-Mírame...nunca he llegado lo suficientemente lejos como para dejar algo que me importa atrás- Estando tan cerca de mis labios sin rozarlos ligeramente, todo fue una mezcla de sentimientos; sus palabras, sus gestos, su mirada, todo en él conspiró para revolver lo que creía que se había esfumado, todavía permanecía un hálito de cariño extraviado.
Más tarde, echados en el sillón y desnudos a medianoche inventamos mil maneras de querernos.
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