15 diciembre 2009

Una taza de café


"A qué sabrán sus besos" me dijo Eugenia, mientras disolvía el azúcar en el café haciendo un torbellino de chocolate dentro de la taza de porcelana. Sus ojos estaban lejos de los movimientos involuntarios de las manos, en cambio solo veían al hombre del chaleco negro, quien entretenido leía "La metamorfosis" de Kafka.

Visitaba el lugar de siempre a la hora de costumbre solo para verlo, aunque fuera sin tocarlo o decirle una mínima cosa. Ese día con Eugenia en la cafetería recordé a Manuel, recordé los 13 años y las miradas que nos dimos en la pizzería cuando a penas lo conocía. No sabía de su historia y tampoco me importaba, solo sabía que lo quería para mí. Y así fue, después de casi diez años me di cuenta que  él fue el único amor inocente que tuve, los que vinieron después rompieron en desenlaces no correspondidos, aventuras fugaces y despedidas sin bienvenidas. 

Ella lo miraba de la misma forma a mi recuerdo. Los dos eran ajenos sin nombres y extraños por coincidencia, yo estaba en el medio. Y esos sentimientos removían las pasiones antiguas de mis años adolescentes, pero me gustaba hacer parte de ellos, él tan lejos de Eugenia y ella apunto de saber a qué saben sus besos. Esa vez rompió su timidez de mojigata con el típico accidente del café derramado sobre la ropa... y funcionó

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