"...Porque nunca tuve más razones para estar sin él, porque cuesta tomar decisiones, porque sé que va a doler...". Este es un fragmento de la canción Equivocada de Thalía, y desde el primer instante que la escuché me conmovió la melodía, la letra, pero muchas más la interpretación.
Es una de esas historias nuestras que nos complica la vida y a pesar de saber que estamos con el hombre equivocado por alguna razón inexplicable seguimos ahí, apostándole a lo imposible.
Me ha pasado cientos de veces, he llamado a la puerta y quien ha estado detrás de ella termina siendo una sorpresa desagradable tiempo después. Y esa canción me sabe a los recuerdos de él.
Era octubre y habían pasado otros iguales, aunque él había engornado y yo lo contrario nuestras vidas íntimas no eran muy distintas a pesar de amarnos de forma desigual. Algo se había roto entre los dos y las ausencias de los primeros sentimientos se notaban en la cama y en la forma de besar.
Eran las 3 de la tarde y mientras esperaba el bus para marcharme a casa, él buscaba las palabras más crueles para hacerme lo mismo de siempre: romperme en el silencio y dejarme como si nada; pero ya me había acostumbrado a sus gestos indiferentes, a la frialdad de su mirada y a su forma de quererme (al menos eso era lo que yo creía).
Él: "ya no te quiero y tú lo sabes, no quiero seguir contigo. Esto, hace rato que terminó, lo único que tenemos en común es matarnos de placer todos los días y después volver a lo mismo. Ya no lo soporto y a ti menos".
Yo: "pero si yo te quiero y tú lo sabes, no puedo dejarte, te necesito conmigo".
Lo retenía con el mismo argumento cobarde, él me estaba soltando y yo no era capaz de cortar las raíces. Me enfermé obsesivamente por su compañía y lo sabía mejor que él, pero inexplicablemente era mi mayor imposible.
Él: "no me importa, ya se me acabó la paciencia y quiero dejarte de una buena vez, entiéndelo... no puedo quererte como antes, no puedo hacerte el amor como lo deseas, no puedo quedarme contigo. Necesito mi paz y tú me la haz quitado".
Mis obesiones le mataron el cariño, y yo lo único que intentaba hacer era matarlas a su lado, pero con esas palabras todo dentro de mí se quebró más que las veces anteriores.
Ni un beso, ni un abrazo, ni un adiós. Su mirada fue menos dura y sus ojos me veían con lástima. No le dije nada porque lloraba como una Magdalena, tomé el autobus y me fui a casa.
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