29 abril 2015

Vaciando maletas

Finalmente desempaqué todas las maletas. Las que traía a cuestas a causa de este cariño de tiempo inconfesable.

Te miré desde la distancia, ya no como se quiere y se extraña a la vez. No. Esta vez, desde mis propias lógicas y razonamientos.

El velo transparente de la verdad se rasgó y con un suspiro se deshizo inevitablemente lo que callaba conscientemente, pero me gritaba en silencio a mí misma: tú no eres, ni tampoco lo serás. Ese, el hombre de mi vida. No eras el para siempre, ni el ojalá cumplido. No.

Imagen tomada de Pinterest
Leí entre líneas que mis tristezas solo se aferraron a la idea, al ilusorio fantasmagórico de un “nosotros” idealizado. Porque no eras.

Te tracé casi tan perfectamente, que me olvidé de ti. De tus silencios lejanos, de tus letargos. Te amé, pero no eras tú, eran otros ojos, otro brillo, otras palabras, otra voz. No eras tú. Era yo, inventándote, recreándote como un viejo sueño, eterno, que no moría. Que era para toda la vida una triste y olvidada fantasía de mis amores.

Por eso, entonces te desempaqué como una maleta, como aquel equipaje lastrado y apolillado por el tiempo, para sacarte y tirar las nostalgias, los recuerdos, los espejísmos. Para quemar las fechas y el ayer, para vaciarte… para vaciarme de ti.

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