Caímos en silencios terribles, en prisas inútiles... y mientras tanto el tiempo pasaba, sin dejarnos llevar cuentas, haciendo las suyas, ignorando nuestros deseos y anhelos.
Éramos los de siempre, los de antes, los que volvían una y otra vez a tomar el autobús y dejar el café por la mitad, para luego tirarlo a un costado de la calle. Éramos jóvenes, volubles e inestables, buscábamos aventuras, amores de una noche y fugas inesperadas. Teníamos la costumbre de cosernos pedazo por pedazo los corazones y quedarnos allí, en ese punto, en ese estado de pesadez donde las cargas, los fantasmas y las dudas reventaban los hilos cosidos.
En el fondo lo sabíamos, que todo aquel ilusorio que habíamos tejido era solo eso: una inútil fantasía basada en textos, prosas, canciones y dolores compartidos. Estábamos en un limbo existencial que embadurnaba nuestras almas de una terrible nostalgia.
"Es tiempo que dejes de recordar y crear recuerdos que no existen", le dijo y esa fue su sentencia.
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