24 mayo 2014

Un café en París

"Se abrió el cielo" y le lanzó un grito silente desde el fondo del alma. Todo quedó reducido a  segundos, a un efímero instante. Ahí estaba, dando un paso hacia atrás.

En esa tarde parisina también estaban ausentes las golondrinas de Bécquer. Solo pensaba, era como si estuviera dejando pasar el atardecer o la vida, y el tiempo. Escribió  en sus pensamientos "unidos sin saber por qué", pero el cielo ni siquiera tenía su nombre. 

Tenía que volver, ella tenía que volver y él, quedarse como todas las tardes, en el mismo café, con todas las cartas guardadas, al igual que sus palabras, en una eterna oscuridad que le impedía contemplarla por última vez. 

Solo fue un destello, pero como de cien mil soles. Fue un instante y nada más. La tarde moría con la noche y lo de siempre acontecía mientras ella tomaba el autobús y se marchaba, sin mirar hacia atrás, sin dejar alguna sonrisa o una promesa de vuelta.

 "Y todas las ataduras se destrabaron con el beso frío que se llevó el viento. El tiempo sin embargo solo nos dejó un camino inundado de cruces y accidentes", escribió él en su mente. 

Nada estaba escrito en las hojas del destino, a ellos solo les restaba un borrón y un escape sin retorno, por  esos recuerdos que se quedaron debiendo. 


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