El tapiz de la pared se ha gastado, las fotografías se han rasgado, las sábanas siguen húmedas. La casa está en silencio.
Mira a través de los vitrales del balcón, la ciudad está iluminada por los faroles de las calles. Suspira, retiene el aliento y echa una bocanada del humo del cigarrillo. "Lluvia de mierda", aquella fue una declaración de rabia contra el pronóstico inservible del tiempo.
Le había pasado antes, le había pasado siempre y aún así le resultaba incomprensible lo que la vida le estaba diciendo. Ensimismada en sus recuerdos, en sus justificaciones, en sus rabias y resentimientos seguía murmurando. Tomó lápiz y papel, escribió un par de líneas y no pudo avanzar más. Todo lo demás, su trabajo, su vida, sus proyectos, sus deseos, sus pasiones las había dejado en tres putos puntos suspensivos.
Había tomado más de trece caminos equivocados. Todas las malas decisiones producto de impulsos y arrebatos de una noche la tenían allí, encerrada en una crisis que iba más allá de lo existencial. Un millón de dudas se arropaban debajo de las sábanas, un millón de miedos se acostaban en la almohada, un millón de preguntas sin respuestas le reventaban la cabeza.
Seguía mirando las luces de la ciudad, sentía frío, sentía incomodidad. Se sirvió una taza de chocolate caliente y arrinconó en el sofá debajo de la cobija de girasoles... "Lluvia de mierda".
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