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En ratico se le fueron los fantasmas |
Algunas veces descarriado, otras enamorado. Con el paso de los años fue emigrando hacia otras tierras y con su cara pintada llevó la risa a todos ellos. Con su cara lavada fue un nostálgico extranjero. Su historia la cantaba cada noche en los bares de esquinas, la escribía en la piel de mujeres sin nombre y la olvidaba entre copas de alcohol y cigarrillos.
Algunas veces soñador, otras un animal salvaje. Vio la muerte cinco veces y la que más le dolió fue la de su madre a los siete años, cuando ni siquiera dimensionaba que la vida no era solo cuentos contados por mamá, ni escuela, ni juegos y menos niñez. Con el paso de los años los vagones en los que viajó le dejaron cicatrices, heridas que todavía están marcadas en el alma y esa sonrisa postiza que ha llevado por 35 años más allá de las montañas, de las colinas, atravesando ciudades, países y parte del horizonte trazado al otro lado del mar.
Su nombre Arturo, su pasión, perdida en los océanos, en los mares y en los ríos de aquellos mundos imaginarios y soñados en su música. Con una guitarra a la mano, unos zapatos gastados y la ropa con enmendaduras ha cantado y reído con los desconocidos de siempre y los que vienen cada vez a Laguna Negra. Reminiscencias de Julio Jaramillo
Su llanto aún permanece humedecido por aquellas hora que todavía viven en él.
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