Lo se, algunas despedidas son inevitables. Tomar un rumbo distinto, armar las maletas y guardar en ellas las fotografías de los que no volverán a verse al despertar. Dejar las cartas de adiós y tantas sonrisas bañadas en lágrimas.
Esta navidad, lo esperé en nuestra casa, con el chocolate caliente servido y las panochas de bocadillo. Armé el árbol y puse su bota junto a la chimenea. Ha llovido mucho por estos días y lo sigo extrañando tanto que duele y arde. No quiero reprocharle nada, supongo que fue su decisión y yo no estaba en ella. El muchacho de pantalones gastados, tenis amarillos y ojos negros, el hombre de cuarenta y tantos años y el niño de las pecas en la nariz.

Pdta: Devuélveme la bufanda amarilla.
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