Y que la vida resulta tan inesperada. Y las personas olvidan el significado de ser libres y el mundo se vuelve una pesadilla cuando el pudor y la justicia se extravían sin hallar sentidos. No me gusta el melodrama, pero vivo en él, odio las mentiras y a mi alrededor se han construido demasiados barcos con ellas.
Que las palabras nunca serán suficientes para gritar de impotencia por la crueldad de realidades desiguales y partidas a simétricamente por la opulencia de dueños sin madres y huérfanos de sensibilidad. Me sorprende que ni siquiera una canción, tan pequeña y humana, tan cursi y sentimental sea capaz de revolver el alma de algunos utópicos y soñadores.
Esa clase de vida que hemos soñado desde la primera vez que vimos el mundo sin máscaras y de golpe: lágrimas y llanto. Luces amarillas y verdes de vez en cuando, caminos florecidos bajo cielos estrellados. Quedan algunos cuentos, novelas e historias que merecen la pena ser contadas con la verdad, y no con verdades a medias.
Me pido tantas noches primitivas, abrazadas bajo la estela natural del firmamento. Me pido un espacio entre las estrellas y el viento fresco de diciembre. Me pido un lugar entre los cuentos de los abuelos, de los bisabuelos bajo del palo de Mango en cualquier pueblito que ni siquiera está registrado en el mapa de mi país. Me pido una plegaria, una oración sin credos ni Padrenuestros, de esa manera tendré cien razones para olvidar lo malo, las heridas y volar lejos de aquí.
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