05 agosto 2010

Una Tarde

Se miraron un par de veces, cruzaron sus pasos en mitad de los desconocidos y una copa de vino fue el inicio de una señal improvisada. Martín, sonría, picaro y delicado, todo en ella robaba su atención y al cabo de unas horas las melodías de la música los llevó al centro de la pista: antes eran extraños con nombres, con gustos disparejos y destinos alejados, ahora una canción y una salida los juntó en aquella tarde de primavera.

-¿Qué si me gusta el río? pues, la verdad una vez estuve tan cerca que la turbulencia y color de las aguas me provocó una sensación de pánico y descontrol. Iría si no fuera el Magdalena.
-En mí ocurre todo lo contrario. Cuando llueve, conduzco hasta Las Flores y me parqueo hasta la punta de las Carrerías, bajo un poco la ventanilla y mientras avanza la lluvia y desaparece el resto de la ciudad al otro lado, voy cantando las canciones que se me dan la gana.

-¿De dónde saliste ehh?, eres la primera persona que conozco que hace algo como eso, eres irreal.

-¿Irreal? no, es solo que a veces creo que la lluvia me aleja de los torbellinos de la ciudad, me relaja escucharla, sentirla, verla, olerla...a lo mejor y nací un día lluvioso. Y con una sonrísa salida del alma se llevó hasta la última gota de vino, volviendo los ojos a ella, permaneció en silencio: y si la beso...y si le digo que me parece realmente despampanante...o mejor podría pedirle su número de teléfono, pensó.

-¿Te fuiste hasta Las Flores y te quedaste en las Correrías?, ¿Por qué te quedaste callado?

-Sí me fui un segundo.

-Me tengo que ir, tengo una cita en la galería y ya estoy retrasada. Me encantó conocerte...y a propósito, soy Claudia.

Tomó el bolso y se marchó sin darle tiempo a Martín de levantarse de la silla y responderle con una adiós. De recuerdo, le quedó el aroma de su perfume y la sonrisa de niña traviesa.

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