La lluvia se recostaba sobre las arenas del mar y el viento apresuraba la fuerza de las ola contra la orilla de la playa. No había más silencio que la noche, el tiempo y la soledad, de otra manera se pasan los dolores del alma cuando se renuncia a lo más querido. Espero no llorar como el viernes pasado, me gusta venir a la playa de madrugada para sentirme más cerca de papá, y con la lluvia y el viento la fuerza sobrenatural de los dioses me dicen al oído que todo pasará.
Pareciera un rito para matar al dolor, para exorcisar aquellos recuerdos dolientes que no dejan espacio para nada más. Mientras estoy aquí tan lejos del mundo, enfrascada solo en mis temores, desnudando de frente al mar, al cielo y a Dios lo que nadie puede ver, tocar o sentir, la rabia y las decepciones se hacen menos espesas y un hálito de calma pareciera brotar en medio del llanto y de la angustia: es papá y navidad en Montecino, cuando la única distancia entre los dos era el libro de Blancanieves que me leía todas las noches antes de ir a la cama.

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