Llovía como de costumbre, era junio e invierno otra vez. Margarita se había ido de vacaciones a Venezuela y José Ángel había vuelto al seminario, solo quedamos Tobby y yo. Las mañanas se hacían más largas, el café no sabía a lo mismo porque no tenía el aroma de mayo. Intentaba que la rutina no me matara del aburrimiento, odiaba la televisión y me encantaba escuchar a Fito Páez y a Noel, aunque tuvieran estilos desiguales, su música está unida por la poesía. Llevaba dos semanas esperando la carta de Alberto que llegaría de Argentina: ya no tenía la menor idea si seguiríamos juntos o todo había terminado.
Cuando lo conocí se me acabaron las amarguras, él fue una especie de destello, un alto en el camino que trajo de vuelta a mi vida buenos instantes. “No es cosa de tontos, pareciera que fuéramos tan distintos, pero solo estamos en medio de algo que no se parece al resto del mundo. Ojalá y dure lo suficiente, y no lo necesario”. Recuerdo cada palabra de esa frase porque fue la primera vez que nos besamos, estábamos en el apartamento viendo Cinema Paradisso, y aquella escena tan conmovedora en la que Salvatore, “Totó”, veía en una cinta de película todos los besos que no vio jamás cuando era niño, fue el regalo de su viejo y entrañable amigo Alfredo.

Ahora las cosas han cambiado. Tobby y yo quedamos vacíos en este apartamento. He vuelto a escribir, he vuelto al cigarrillo y a la soledad.
-No se puede estar dos veces en el mismo lugar con la misma persona.
-¿Por qué?
-Es de mala suerte
-¿Quién lo dice?
-Yo. No creo que volvamos a estar juntos en Argentina, a lo mejor yo me marcho y tú te quedas.
-Eso es absurdo, el destino no está escrito… y tú y yo podemos estar en dónde nos dé la gana. El café te está haciendo alucinar tonterías.

Arturo y los besos, que no eran besos si no juegos sexuales. Mi favorito, cuando llovía y veíamos la lluvia pasar en la hamaca reinventando cientos de formas de tener sexo. Allí nos acompañaban las margaritas y el whisky, desnudos hasta las cinco de la mañana pecábamos sin ofender a nadie. Se me antoja una noche de esas, un beso de aquellos, una caricia orgásmica y un tiempo solo con él.
Cuando pienso en ello, comprendo que Alberto no fue amor, sino no una estación en mi vida, la podría llamar primavera. El amor no se mide de esa manera, es un asunto de ligas mayores, que todavía me cuesta y me duele.
-No llores, no puede doler tanto.
-Sí, duele mucho y más, cuando has estado conmigo desde los 18 años. Pasa como cuando Totó se tenía que ir del pueblo y Alfredo le dijo que jamás volviera a ese lugar: “Espero que no me hables de ti, espero oír de ti”.
-Esto no es una película, esto es la vida real…y en la vida real no te puedes quedar esperando por alguien que te ha echado de su vida. Ya verás cómo se escurrirá el dolor, te lo prometo.
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