Me sirvió el café como de costumbre, ni siquiera nuestros pleitos cambiaban la rutina. Estaba fastidiosa de su mal humor y terquedad. De repente, bordeó mi cintura y rodó mi cabello hacia adelante: "es pendejada, sabes que te quiero". Apenas amanecía y ya quería meterme de nuevo a la cama, pero no para dormir.
La pijama quedó tendida en el piso, y en un abrir y cerrar de ojos estábamos en el sofá. Los besos sobraron en la intimidad, las caricias me penetraron el alma... provocando cada deseo del corazón, robándome el aliento y aniquilando los silencios que nos separaban entre gemidos cortos y palabras de amor. Un acto demasiado perfecto para guardarse los sentimientos, estallé con ellos entre su pecho, en cada sensación infinita que devoraba la plenitud de mi ser.Después, una mirada, la respiración y los latidos del corazón. Todo en su lugar, él con sus ojos puestos en mí y yo todavía con ganas de arrancarle sus alientos. Era cuestión de entregarse en un tiempo impredecible, de amar hasta que los huesos dejaran de doler y seguir soñando a su lado aunque el resto de las cosas se desdibujaran por culpa de terceros y sufrimientos ajenos.
"Es pendejada, sabes que te quiero, el resto está de más".
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