La Colombia soñada es una utopía. Me quedo con los cuentos de hadas, con las historias de mi abuelo y los ratos apacibles de mi niñez, cuando el mundo era tan ajeno a mis emociones, y la vida me parecía demasiado perfecta. A los doce años, los problemas infantiles eran carcajadas comparadas con los dolores de hoy, las tardes en bicicleta, las noches al escondido, los juegos de pilindrina, el congelao, el yimmy y mis favoritos: los cuentos de miedo. Aquellos años fueron inolvidables. Pero detrás de ellos, habían otras historias que eran ajenas a mi memoria.

Mi generación es tan distinta a las demás (eso dicen todos). Pareciera como si de repente todo doliera más, como si aquellos eventos en los que estuvimos ausentes nos partieran el alma y sintiéramos esa gran necesidad de lanzarnos contra el mundo, contra políticos hipócritas y campañas de doble moral. Las noticias corren a cántaros, desde que tengo conciencia de ser me he percatado que los medios de comunicación sirven más de epicentro mediático y de entretenimiento, que de información y generadores de cultura y educación.
Podría escribir y no terminar jamás, volver al comienzo tantas veces y no encontrarle un final, porque la llegada se extravió desde la primera vez que puse los ojos en la realidad y comprendí que todo ha sido siempre un completo caos, y que a pesar de aquel refrán: “la esperanza es lo último que se pierde”, aquí no hay excepciones.
Es obvio que el panorama no girará a 360 grados, porque los superhéroes no existen, pero en cambio, sí se pueden cambiar conciencias, transformar pensamientos colectivos a través de espacios que le apuesten por la regeneración de sociedades y comunidades vulneradas y no vulneradas. Porque a veces la gente ignora lo que pasa a su alrededor y busca respuestas cuando ni siquiera se ha tomado la molestia de mirar más allá del horizonte.

Ahora en época de elecciones, Colombia no están diferente a tiempos pasados, la gran diferencia es que mi intención de voto y la disposición de crítica eran casi nulas. Hoy, la cuestión ha virado del cielo a la tierra, y a pesar de todas las circunstancias al final de cuentas, soy tan soñadora e idealista que he de creer que no todo está perdido mientras exista la necesidad irrevocable del cambio y del rechazo a los gobiernos farsantes y a los políticos de doble moral.
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