24 mayo 2010

La generación de antes, la historia de siempre

La Colombia soñada es una utopía. Me quedo con los cuentos de hadas, con las historias de mi abuelo y los ratos apacibles de mi niñez, cuando el mundo era tan ajeno a mis emociones, y la vida me parecía demasiado perfecta. A los doce años, los problemas infantiles eran carcajadas comparadas con los dolores de hoy, las tardes en bicicleta, las noches al escondido, los juegos de pilindrina, el congelao, el yimmy y mis favoritos: los cuentos de miedo. Aquellos años fueron inolvidables. Pero detrás de ellos, habían otras historias que eran ajenas a mi memoria.



Colombia, ha sido el mismo cuento desde hace 40 años. Una guerra explosiva que ha desangrado como siempre, a los menos involucrados. Suena tan trillado, pero es tan real como doloroso y mucho más, cuando las altas esferas del Estado le dan una cachetada a la democracia nacional, sirviéndoles de trampolín a jefes guerrilleros y paramilitares para la extensión de sus intereses individuales y la concentración de poderes inescrupulosos.



Mi generación es tan distinta a las demás (eso dicen todos). Pareciera como si de repente todo doliera más, como si aquellos eventos en los que estuvimos ausentes nos partieran el alma y sintiéramos esa gran necesidad de lanzarnos contra el mundo, contra políticos hipócritas y campañas de doble moral. Las noticias corren a cántaros, desde que tengo conciencia de ser me he percatado que los medios de comunicación sirven más de epicentro mediático y de entretenimiento, que de información y generadores de cultura y educación.



Podría escribir y no terminar jamás, volver al comienzo tantas veces y no encontrarle un final, porque la llegada se extravió desde la primera vez que puse los ojos en la realidad y comprendí que todo ha sido siempre un completo caos, y que a pesar de aquel refrán: “la esperanza es lo último que se pierde”, aquí no hay excepciones.



Es obvio que el panorama no girará a 360 grados, porque los superhéroes no existen, pero en cambio, sí se pueden cambiar conciencias, transformar pensamientos colectivos a través de espacios que le apuesten por la regeneración de sociedades y comunidades vulneradas y no vulneradas. Porque a veces la gente ignora lo que pasa a su alrededor y busca respuestas cuando ni siquiera se ha tomado la molestia de mirar más allá del horizonte.



Es tan simple, como por qué la delincuencia o el sicariato son problemáticas tan comunes y difíciles de erradicar. Empíricamente, me atrevo a decir que las condiciones sociológicas de los ciudadanos están directamente relacionadas con su concepción de la vida y su entorno cotidiano. A ello, se suma la falta de garantías por parte del Estado en la protección de aquellas personas marginadas por la violencia, de menores de edad que crecen bajo el seno de un hogar invadido por la violencia intrafamiliar y los abusos sexuales. Podría seguir enumerándolos, pero estoy segura que no terminaría, porque cada problema es la consecuencia de uno más grande.



Ahora en época de elecciones, Colombia no están diferente a tiempos pasados, la gran diferencia es que mi intención de voto y la disposición de crítica eran casi nulas. Hoy, la cuestión ha virado del cielo a la tierra, y a pesar de todas las circunstancias al final de cuentas, soy tan soñadora e idealista que he de creer que no todo está perdido mientras exista la necesidad irrevocable del cambio y del rechazo a los gobiernos farsantes y a los políticos de doble moral.

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