Estaba la cena servida, las rosas en el jarrón y afuera llovía: era Abril. La semana pasada, esperando una serenata en el balcón, me despedí de las canciones suyas y los picos en la escalera, lo quería como el tamaño de lo inconmensurable y lo odiaba por quererlo demasiado.
Intentaba salvar nuestros versos, las noches a las afuera del café de Manuela, el amor en mis senos, las voces secretas en mis oídos. Todo fue un revés del destino, un pedazo de suerte que me cayó cuando salía del cine, después de la lluvia y la noche de Mayo nos hicimos eternos enamorados. Descubrí que los silencios se oyen mejor debajo de las sábanas y los mediodías en Octubre eran una siesta placentera acomodada entre sus brazos.
Algunos sentimientos no duelen tanto, como las alegría pasajeras, algunas historias son tan desiguales como las verdades a medias, algunos secretos no duran para siempre como el primer amor y los mejores recuerdos de primavera. Decidí coleccionar cada momento en instantes fotográficos, quererlo todos los días como la noche del cine, juntarme en sus labios cuando la soledad fuera demasiado persistente, soñar despierta que las promesas no serían de papel y las vacaciones solo un estado de ánimo.
Después de aguantarme las ganas de llorar y dejar la cena en su lugar, mis labios se enredaron en sus dedos evitando que al final todo resultara siendo otro fracaso.
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