23 abril 2010

Poema sin dueño

Cuando el tiempo se fue después de las 10 de la noche, se vino un pasado oculto tras las lágrimas que el corazón no había llorado jamás. Años anteriores, la vida menos injusta se paseaba cientos de veces en las estaciones de verano. Escribía en aquella destartalada máquina de escribir que me había regalado mi abuelo Manuel, me había acostumbrado al sonido de las teclas y a la brisa que se colaba por el balcón.

La desnudez de los sentimientos caía postrada a la medianoche cuando un pedazo de la soledad era inspiradora de instantes pasados, amores olvidados, besos gastados, sonrísas efímeras, primaveras anticipadas, otoños debajo del naranjo y despedidas imposibles de dejar atrás. He querido matar el dolor en poemas inventados, cansados de melancolía y demasiadas historias que no me pertenecen, he querido estallar contra la monotonía y revelar aquellos secretos que me duelen hasta los huesos.

Si pido deseos a las monedas de la suerte y las tiro al pozo mágico, solo queda un pensamiento echado al viento cuando los únicos testigos de aquel acto han sido otros desconocidos. Los sueños con los pies en la tierra están escondidos en los ojos de mi alma, las promesas que nadie conoce las llevo conmigo entre hojas y papeles guardados en el cajón del escaparate.

A veces quisiera una hamaca en mi habitación, una isla perdida y la luna todos los días.

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