Estaba esperando que llegara. Habían unos girasoles esperando en la entrada de la floristería, moría tanto porque Arturo me los regalara, pero un detalle como ese, jamás se parecería a él. Intentaba aferrarme a las ilusiones, a la noche de Septiembre cuando mis ojos vieron a través de los suyos, que nos habíamos enamorado -parecías una muñequita de porcelana- me dijo cuando bajé las escalera: era el día de los enamorados.
Fue uno de esos amores inocentes, los demás son distintos al primero. Las ilusiones pasan a un segundo plano y los besos ya no saben igual. Fuimos una historia desde los 16 años, rompimos cientos de veces, dejamos de ser nuestro complemento y todo terminó en salidas semanales y encuentros efímeros.
-Se me acabaron las ganas, creo que perdí el rumbo de la primera vez que nos cruzamos en la biblioteca del colegio- Todavía recuerdo aquel momento, cuando insistió en que lo nuestro fue solo un amor primaveral, de adolescentes inmaduros con pensamientos infantiles. Debió ser mi primer amor.
Los girasoles se quedaron esperando en el estante y después de una hora y tantos minutos Arturo me dejó en la estación del metro sin un beso y con un adiós en la mejilla.
1 comentario:
Le recomendaría que fuera ella la que le regalara a Arturo los girasoles y lo dejara plantado con ellos en la mano.
Tal vez el girasol se vuelva hacia la protagonista y le lance un guiño.
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