Es tarde otra vez, son las doce de la madrugada y los ojos despabilados de nuevo a la oscuridad: una siesta de media hora, queriendo ser de ocho. Fue una de esas semanas insoportables que no se extrañan y se olvidan cuando llega el viernes, la mejor receta a los dolores de cabeza: una taza de café y dormir hasta que el cuerpo aguante. Sin embargo, he de añorar el sonido de las golondrinas en la ventana porque todavía es invierno, el olor a mañana fresca y las estrellas colgadas en el cielo.
Esperaré junio y las hojas secas que caen del naranjo, tomaré un par de ellas y las guardaré en los frascos de colores, así recordaré que otoño llega de vez en cuando y la lluvia siempre se va, lo único que prefiero de ella es cuando es de noche y la cama está fría, puedo acurrucarme de mil maneras y soñar hasta el infinito.
Son las cinco de la mañana, es abril y mañana es mi cumpleaños, no habrá lluvia ni hojas secas, pero sí calor hasta los huesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario