Y ahí estaba, chiquitica, a oscuras... enrollada entre las sábanas y aguantando el calor que produce el frío debajo de otras pieles. Una más y sería suficiente para echarlo por la borda y arrancarse los mareos por un cariño tan desgraciado.
Que todas las canciones habían sido por ello, que sus labios ignoraban sus besos y la sonrisa de otras musas descaradas eclipsaban aquella felicidad empobrecida. Raramente olvidaba los sentimientos, extrañamente seguía como si nada...pero ilusamente prefería guardarse los últimos instantes en algún rincón vagabundo del corazón. Y lloró mucho, pero no salieron las lágrimas...y el alma se hizo nada, pero nadie pudo saberlo porque cuando el dolor es por dentro no se alivia con decírselo a la gente.
Y ahí estaba, con su maleta llena de recuerdos, con el cuerpo cansado, con los ojos tristes, con el corazón colgando de un suspiro, con lo último que le quedaba: dignidad. Fue la despedida para siempre, el adiós de un mal amor, de un falso cariño y de tantas agujas clavadas en la garganta cuando las palabras en ese momento ya no eran suficientes. Era el segundo martes de enero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario