Un lápiz, un pintalabios, unas medias negras, un lazo rojo, un vestido de mariposas, una ventana cerrada y una habitación a oscuras. Si ese famoso pintor tuvo la imaginación para dibujar y deshacer el arte abstracto con trazos desiguales y colores infinitos, porqué yo no puedo colorear los puntos negros del pasado y ponerles un marco para clavarlos en todos los rincones de la memoria.
A medida que van pasando los días, el tiempo va haciendo las conversaciones más espesas, más dramáticas, menos sentimentales...a varios pasos hemos encontrado todas las verdades que siempre ignoramos: un país de mierda, una vida reinventada por Dios y las crisis existenciales de la gente a contra tiempo. Para dejar de contar el desequilibrio de los pensamientos humanos, está la forma de inventarse la poesía y creerse poeta: uno fracasado por supuesto. De esa manea, se van adormeciendo los odios y demonios que vienen de vez en cuando por culpa del impulso animal que siempre ha florecido en el corazón humano. Entonces, ese puñado de inspiraciones ajenas y personales van tomando forma entre líneas y palabras rebuscadas, que dicen mejor que nada aquello que nadie es capaz de ver a través del alma.
El lápiz y los cuadernos vacíos son una terapia experimental que echan afuera el desasosiego. Escupir las emociones y sensaciones a través de prosa o cualquier tipo de texto que deja de ser indiferente al dolor y pesimismo. Se van secando los dolores, deshaciendo lazos, rompiendo ataduras...se intenta seguir viviendo en medio de frases e historias que pertenecen a alguien o simplemente son nuestras. El vestido amarillo no es más que la analogía de aquellos disfraces que cubren el rostro y el corazón de una felicidad marchita, pero en el interior, se sabe secretamente que los caminos siempre dejan ausencias y por más maquillaje que se intente poner en el alma, los suspiros hará sus más sutiles revelaciones.
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