No había curiosos ni extraños a las 7 de la noche. La misma gente y los mismos conocidos, el Café de Barcelona evocaba algunas cosas de Colombia: extrañar las tardes de las seis con la abuela. Y el cuento interminable de los 14 hermanos que habían viajado hasta el otro continente para morir lejos de los suyos.
Me aprendí sus nombres después de tanto repetirlos. Jamás vi que llorara, solo cuando evocó el momento en que mi bisabuela murió sin ni siquiera saber de mi existencia. He imaginado mi vida lejos, sin ellos, sin los de siempre, viajando a distancias infinitas que me arrastren hasta paraísos infernales, allí aprenderé que la vida sigue doliendo después de viejo.
El mesero, no tenía que preguntame. Me llevó el capuccino caliente y dos cigarrillos. Siempre iba al Café de Barcelona para recordar el pasado que ha estado conmigo desde la última vez que escuché decirle a mamá: "hemos estado tanto tiempo sin verte, que ya nos acostumbramos a los espacios que dejaste en casa". Duele mucho saberlo, duele más extrañarlos cuando el domingo es por la tarde y llueve.
Todavía no conozco esa clase de amor que conocen la mayoría de la gente Me quedo en el apartamento para hacerle compañía a mis soledades y reír un poco con las fotografías de los míos. Nunca me faltan el café ni los cigarros. Supongo que es cuestión de método, de acostumbrarme a los abrazos que no necesito y a las lágrimas que están de paso.
Mañana debo volver a casa.
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