25 mayo 2010

De madrugada

Suena la música, y afuera no ha parado de llover. Hay algo de tristeza en el ambiente, quizás es porque la inspiración está en suspenso, sin ganas de mojarse ni darse una chamuscada. Me duele un poco la cabeza, otra vez he tenido esos sueños que me hacen levantarme a media noche y aferrarme a las oraciones. Tal vez hay algo de cierto en ellos, pero me aterra pensarlo.

Un viento hacia el sur y la noche en silencio, los grillos se callaron hace media hora. El tic tac del reloj ya no suena a mis oídos, tomé el cuaderno para despejar la mente, escribir es una forma de escapar y desdibujar las tristezas, aún más cuando las pesadillas me quitan el sueño. Ojalá y pudiera decir todo lo que me asusta, lo que me molesta, lo que me inquieta, pero me conocería demasiado y ese no es el punto. 

A veces es mejor no decirlo todo y guardarse los secretos. De vez en cuando sueño con ello, cuando no dejo de pensarlo y se atora en el pensamiento, esa es la insistencia de los sueños, me atormentan la noche y me mantienen despierta porque no he dejado de quererlo y me asusta no dejar de hacerlo. Pero la vida no sería tan injusta, todo parte del duelo, de las emociones que se descontrolan cuando el corazón no piensa porque jamás lo ha hecho. 

Cuando despierto, voy hasta la habitación y vuelvo a su lugar: la cama vacía, su ropa en el clóset, las ventanas cerradas. Todo permanece tan exacto desde  ese día. Quizás pasa que no podré decirle adiós nunca.

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