26 diciembre 2009

En el mismo lugar

Robertto miró por la ventana de reojo y vio por última vez los recuerdos que lo mantenían apegado al mismo lugar. "Duele y cuesta trabajo soltar las riendas cuando se ha vivido por tantos años al lado de aquellos a quienes jamás se extrañarían por la distancia y el olvido de los años", le dijo Santiago antes de embarcarse al autobús.


"A veces necesitas tomar decisiones que duelen y debes asumir. Deja todo  atrás, olvídanos y jamás regreses". El tiempo se entrecortó un par de segundos para los dos amigos de infancia, que veían rotas las promesas hechas en el patio de 'el abuelo', cuando a sus 8 años las tardes debajo del naranjo se iban sobre la hamaca colgada en el árbol. 


El autobús despedía los adioses que nunca llegaron a darse. En él, los primeros años de juventud se quedaron detrás de la carretera y las montañas de Andalucía. Robertto no lo decidió, sus sueños metidos en el corazón lo hicieron por él después de días y noches deambulando entre los rastros de un pueblo escondido y un horizonte extranjero lejos de casa.


"Te acuerdas de Penélope", -le dijo Santiago- nunca supo mirarme bonito, no lo entendía cuando tenías 15 años, ahora me doy cuenta que nunca le gustaron mis ojos negros. Eso pasa cuando  ni siquiera sabes lo que siente el corazón de una mujer. Que no se te pase la vida buscando la manera de entenderlo, solo echa raíces cuando alguna de tantas te mire bonito.


_Creo que ya lo descubrí_ sonrío Robertto; 
_¿Qué cosa?_ 
_La mirada bonita de una mujer puesta en un hombre. Ayer cuando estaba acostado en la hamaca de 'el abuelo' llegó Anastacia y le dije que me iba de Andalucía. No me dijo nada, solo me miró y se sentó en el banco. Por primera vez, supe que la extrañaría más que las veces que ella se iba de vacaciones.


_¿La quieres?
_ Puede ser, pero los sentimientos no son para siempre.


_Ya empieza a llover de nuevo.
_Antes me gustaba cuando llovía. Te acuerdas cuando nos íbamos al arroyo de  la casona y nos tirábamos por el resbaladero hasta empaparnos de fango; la limpia que me daba mi mamá me dejaba tumba´o hasta el día siguiente. Lo que más extrañaba de no poder salir de la casa, era nuestras conversaciones de niños grandes en la hamaca del naranjo.


Algunos cientos de recuerdos se escaparon con las gotas de agua lluvia que amenazaron con un aguacero torrencial. Los años pasados se quedaron en la terminal de autobuses anunciando que todo cambiaría y nada quedaría intacto. 


Como Robertto, otros se marcharon y yo me quedé esperándolo en el mismo pueblo perdido. Pero aquello de dejar todo atrás, olvidarnos y jamás regresar, sí lo escuchó.







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