Encontré una mariposa azul debajo del mecedor y sus alas estaban rotas; secas como las hojas de otoño y desteñidas como un arco iris en primavera. No revoloteaba sobre los rosales ni se chamuscaba con los rayos encendidos de la mañana, estaba más ausente que viva; fue el primer recuerdo de infancia que colapsó con mis inocencias escondidas después de aquellas experiencias sobrenaturales.
Las cosas menos importantes se disiparon con los años y no dejaron rastros en el corazón: las llegadas tardes en autobús, los cuadernos de poesías rotos, las citas sin cumplir y los olvidos de unos cuantos conocidos.
Me gustaban mis mariposas de papel colgadas en la pared y cuando llovía el viento las hacía volar por toda la habitación. Después de los 15 años, amores y cigarrillos llegaban de vez de mes para aliviar los dolores de cabeza.
Fui una adolescente sin alardes de señorita, gustos efímeros que se quemaron en camas extranjeras y almohadas frías. Besos sin cariños apegados, placeres vanidosos atados de pies y manos, ojos de cristal sin miradas del alma; me acostumbré a no extrañar las cosas de niña, mis tardes de lluvia camino al carrusel descompuesto de la sala 17, la bendición de mamá antes de ir a dormir y el beso de buenas noches de la abuela después de leerme un poema de Neruda.
Me quedaron rasguños y cicatrices por sonrisas que ya no tenía, de memorias afables que recordaba de vez en cuando. "Ya es hora de dejar de soñar, despierta que tus mariposas de papel se cansaron de la oscuridad", olvidé el susurro de mamá que llegaba a mi cama todas las mañanas y millones de alegrías que se fueron el 25 de agosto de 2001 cuando ya no la tuve más.
*Angeline*
No hay comentarios:
Publicar un comentario